Hay al menos tres secuencias en esta Wonder Woman 1984 que parecen destinadas a hacer llorar al espectador de alegría y emoción. La primera de ellas, esa competición en Themyscira que recupera la noción del cine de aventuras como una competición infantil, abre la película y utiliza el abrumador score de Hans Zimmer para apelar a ese sentido de la maravilla que tan poco se presenta en las películas que, sin embargo, apelan a él. A continuación la película de Patty Jenkins, responsable también de la primera Wonder Woman, pero evidentemente más cómoda con el material que en la anterior, se sumerge en el mejor y más inesperado homenaje al Superman de Richard Donner y, sobre todo, el Superman III de Richard Lester que uno pudiera imaginarse: presentar la sociedad donde se desarrollan las heroicidades de la protagonista, una amalgama de distintos personajes anónimos de clase media, recurriendo al humor. Hablar de la tercera es un spoiler en toda regla y por eso no abundaremos en ella, pero tiene una de las soluciones de puesta en escena más sencillas y elegantes del cine de este año y culmina en una secuencia de vuelo que es la definición de heroísmo absoluto.
Wonder Woman 1984 ubica a Diana Prince (Gal Gadot, exprimiendo el papel como nunca) a mediados de los 80, recordando a su amor perdido, Steve Trevor (Chris Pine) y trabando por fin nuevas relaciones de amistad con sus compañeros de trabajo, entre ellos Barbara Ann (Kristen Wiig: la mejor, por cierto, de todo el reparto, y esto era de esperar). La Mujer Maravilla ha conseguido ocultar su identidad secreta durante décadas, pero ahora se planta ante ella una amenaza inesperada que parece plasmar el espíritu de una época, la de los 80, que para Patty Jenkins no es solo un artefacto de nostalgia sino un momento como todos los demás, hasta arriba de tantas luces como sombras. Maxwell Lord (Pedro Pascal), un empresario venido a menos, está a punto de exprimir esa ideología del cuanto más mejor de la era Reagan: Lord está a punto de volverse poderoso como un Dios.
Antes hemos descrito Wonder Woman 84, película que últimamente ha sido noticia más por los imprevistos de su distribución por el coronavirus que por otra cosa, como una verdadera obra maestra. No lo es, aunque por supuesto tampoco lo necesita. Sus prácticamente dos horas y media de duración son excesivas, en ocasiones se recurre al subrayado sentimental, y durante el segundo acto hay caídas de interés perceptibles. Hay aspectos de la película que deberían funcionar algo mejor, pero las bondades del trabajo de Jenkins simplemente superan sus defectos, transmitiendo una bonhomía que no carece de espíritu crítico pero no ahoga el sentido de la diversión.
Para empezar, WW84 aborda la década de moda tras el éxito de Stranger Things, pero utiliza por primera vez esta excusa no solo para divertirse sino para reflexionar, una afirmación temible que sin embargo convierte la película en buen cine de época y, además, en un espectáculo que busca la emoción y no el pasmo a través de los efectos visuales. Sin diseccionar los detalles, lo que WW84 hace es mostrar el colapso de una cultura cuyo principal valor se vuelve en contra de ella, provocando una transición traumática y un nuevo régimen producto de sumergirse en una nueva realidad que es casi su reverso tenebroso. Toda una vertiente de análisis social muy fácil de encajar en la actualidad, cuando la humanidad no ha salido del todo de una crisis para meterse de cabeza en otra, y en la que Jenkins también introduce ciertas nociones sobre roles de género y el feedback y la retroalimentación que, quizá, no entienden tanto de género como de poder. Podríamos decir que Maxwell Lord encarna a los bancos, a la ambición americana, pero lo cierto es que su plan de crecer hasta el infinito no representa tanto al sistema como al puro deseo de revancha.
WW 84 saca entonces sus armas como película de cómic y propone ese sacrificio que por aquel entonces se le extirpó al arquetipo heroico, devolviendo su película al público actual y sumando de paso una sombría reflexión sobre las nuevas tecnologías y su permeabilidad a mensajes populistas (la hipnosis a la que Lord somete a la población, con paralelismos a la de esa otra brillante película de cómic que fue Kingsman, sería más grave todavía ahora que disponemos de pantallas en nuestro bolsillo). Todo esto suena denso, pero la película se divierte en su primer acto enredando con sus personajes y sacando provecho de los actores, sin insistir en la acción (tras el extraordinario comienzo no hay otra persecución hasta casi la hora y media) pero sin extirpar la diversión o el homenaje friqui a la década favorita de todos. Jenkins aborda los 80 de manera incisiva, buscando sus fracturas al tiempo que se divierte con su exultante optimismo y carácter emprendedor, y de paso sumando la luz y color que uno espera de una película de Wonder Woman.
Podríamos estar, por cierto, ante la mejor película del universo DC, o casi, si no fuera por cierto desmayo en el ritmo en su sección central. Patty Jenkins, que también figura en el guión, recupera la comba con un desenlace algo reiterativo pero igualmente abrumador en su búsqueda de la emoción (y en el que, por cierto, tiene protagonismo el tema “Beautiful Lie” de la infravalorada Batman v Superman) pero que no subraya las secuencias de destrucción masiva tan criticadas con injusticia en El Hombre de Acero. El romanticismo de la banda sonora de Zimmer, que incluso recurre a algunas figuras de su trabajo para Pearl Harbor, y el valor de mirar a la cara al espectador acostumbrado a obtener todo lo que desea convierten Wonder Woman 1984 en una excelente película de superhéroes para acabar el año.
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