En 1917 dos niñas de la localidad inglesa de Cottingley cogieron la nueva cámara de su padre y se fotografiaron jugando con unas hadas cerca de una cascada. Los retratos llegaron a ojos de todo el mundo y Conan Doyle escribió un artículo que puso el foco sobre unas imágenes que muchos tomaron por auténticas.
En este making of Félix J. Palma cuenta el origen de El gran timo de las hadas (Destino), novela basada en aquellos hechos.
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Me tropecé con el caso de las hadas de Cottingley allá por 2006, mientras me documentaba para mi Trilogía Victoriana (que, por cierto, vuelve ahora a los escaparates en el sello Booket para seguir dándome alegrías). La historia de Elsie y Frances, dos niñas que con su imaginación prendieron una luz en medio de la oscuridad que sumía el mundo a causa de la Gran Guerra, me resultó fascinante. Corría el verano de 1917 cuando las dos primas le pidieron la cámara fotográfica a su padre para fotografiarse jugando con hadas en un arroyo cercano a su casa. Como se puede imaginar, las cinco fotos que realizaron causaron cierto revuelo en la zona, aunque no se hicieron realmente virales hasta que tres años después el conocido escritor Arthur Conan Doyle les dedicó un artículo en el Strand Magazine. El curioso suceso, sin embargo, quedaba fuera del marco temporal de mi trilogía, así que lo guardé en mi despensa de ideas para futuras novelas.
Hasta que hace un par de años di con la clave. Comprendí que no tenía que centrarme en el caso en sí, ahí no estaba la historia, sino en los supuestos efectos que el suceso tuvo en la Inglaterra de la época, que se desangraba a causa de una guerra monstruosa. En sus escritos, Doyle insinuaba que, tras la publicación de su artículo, la redacción del Strand, así como la de otras revistas esotéricas e incluso algunos periódicos, se había visto inundada de cartas de lectores contando experiencias similares a la de las niñas con hadas, duendes, trasgos u otros seres feéricos. De repente, Inglaterra parecía estar llena de mentirosos, de locos o… de hadas. Era tentador exagerar un poco sus palabras y convertirlo en una verdadera “fiebre feérica”. De ahí a imaginar a una pareja de timadores dispuesta a aprovecharse de aquella credulidad de la gente y de las posibilidades para el trucaje que ofrecían las técnicas fotográficas solo había un paso.
Tenía, además, un escenario muy atractivo: un Londres medio deshabitado y fantasmal a causa de las sucesivas levas de jóvenes para alimentar la caldera de la guerra, donde las mujeres y jubilados mantenían funcionando la sociedad, con las primeras mafias campando a sus anchas. Mezclar hadas y gánsteres, magia y sordidez, resultaba excitante, y se me ocurrió enfrentar a mis dos protagonistas al gánster más peligroso de la ciudad, al que, para salvar sus vidas, tendrían que hacer creer en las hadas. ¿Y cómo puedes engañar a un hombre que, aparte de peligroso, es un absoluto escéptico?
Ese era el reto que tenían por delante Alan y Violet, mis protagonistas, un reto que también yo debía asumir como autor, ya que tenía que inventar un timo que al lector le resultara creíble. Quería que pensara: “Si me lo hicieran a mí, yo también creería en las hadas”. Huelga decir que me resultó igual de difícil que a ellos.
El resultado es El gran timo de las hadas, una historia que habla sobre la necesidad del hombre de creer en lo extraordinario para embellecer su día a día, de su lucha por apartar la razón a un lado y abrir la mente a la existencia de la magia para poder sobrevivir en una realidad que en muchas ocasiones resulta vulgar, hostil e ingrata.
El mensaje que alumbra la novela lo resumió ya Frances, la más pequeña de las niñas, en 1981. Tras mantener su mentira casi toda su vida, ante las cámaras de la BBC, las ancianas primas decidieron confesar que todo había sido una broma para sus padres. Cuando apareció Conan Doyle les dio vergüenza contar la verdad, y todo acabó yéndoseles de las manos. Durante la mencionada entrevista, France comentó que le costaba entender cómo dos niñas con un truco barato —habían usado recortables clavados a tierra con alfileres de sombrero—, lograron engañar a tanta gente, incluido a un escritor como Conan Doyle, creador del inspector más inteligente de la literatura. “Tal vez querían creer”, se respondía a sí misma.
Y es posible que fuera eso, que tanto Doyle, cuya alma había sido sacudida por tres muertes consecutivas (hijo, hermana y madre), como el resto de implicados anhelaran creer. Siempre he pensado que la mayoría de las personas deseamos creer en algo, sea lo que sea, quizás inconscientemente, y basta con que ese algo se nos presente con una adecuada puesta en escena, como una mentira bien urdida, como para no sentirnos ridículos creyendo. Esta novela establece, por tanto, un diálogo con mi Trilogía Victoriana, alumbrada por el mismo mensaje: la sed de magia que todos sentimos mientras caminamos por un mundo sostenido sobre lo material.
(PD: a los lectores que les guste leer con música de fondo, les recomiendo que lo hagan escuchando «Scarborough Fair», la canción que yo oía mientras la escribía).
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Autor: Félix J. Palma. Título: El gran timo de las hadas. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.
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