Foto: ©Juan Grela
“De la mina de carbón, esa oscura garganta, salen las palabras de este libro”.
—Noemí Sabugal
El minero del carbón no dejará de serlo nunca. Hoy es una especie en extinción.
Quiero iniciar mis comentarios como la autora termina el libro: hace referencia a los trabajos mineros, no olvidando que para llegar a picar, aunque sean palabras, hay mucho que hacer.
La portada del libro representa una magnifica imagen de trozos de carbón. Da la impresión de que es carbón real. El libro es fiel a las sensaciones mineras, y el lector, poco a poco, va sintiendo lo que la autora quiere, que solo con abrirlo se note el polvo en las manos, aunque sea polvo que no manche, como el auténtico. Noemí Sabugal, con sus testimonios, análisis y descripciones, es capaz de hacer que el libro tizne y pinte el cuerpo, con pigmentos negros de carbono, y marque esa raya indeleble en los ojos, como si hubiésemos estado trabajando dentro de una capa en cualquier mina de carbón.
Noemí Sabugal comienza presentando sus credenciales, con las voces que la autorizan, para escribir este libro que se puede calificar de ensayo, artículo periodístico, recopilación histórica, relato testimonial y emotivo. Sus primeros recuerdos son para sus antepasados mineros, sus abuelos José y Santos, y su bisabuelo Ricardo.
José, con veinte años de trabajo en el interior de la mina, tenía los pulmones negros —de respirar el polvo de la atmósfera de la mina—, que le provocó silicosis de segundo grado.
Cuenta que su abuelo, Santos, salvó su vida de milagro, no una, sino dos veces por el mismo accidente. En primer lugar salió con vida de una explosión de grisú y cuando se moría tuvo la suerte de que un amigo veterinario le visitase en el hospital y que, al ver su estado, le diagnosticara un tétanos provocado por la explosión que le había incrustado carbón en su cuerpo. Habló con su médico, y este le puso el tratamiento adecuado. De esta forma logró salvar su vida dos veces.
De su bisabuelo Ricardo cuenta que participó en la Revolución de Octubre de 1934 y en la Guerra Civil. Dos motivos suficientes por los que, como otros muchos mineros, se vio obligado a huir para librarse de la represión desatada en las cuencas mineras asturianas. En su huida encontró refugio en la cuenca minera de Gordón, en la vecina provincia de León.
Con estos antecedentes familiares y el conocimiento del hábitat, por haber vivido tiempo en él, la autora está suficientemente avalada para hablar de sus sentimientos, de sus preocupaciones y de su vida como “hija del carbón”.
Al ser un libro plagado de muchos relatos testimoniales, propios y ajenos, va desgranando sus recuerdos y todo lo que es capaz de conseguir que le cuenten. El minero, generalmente, con los extraños y tratando temas emocionales, es parco en palabras, y para reconstruir la historia a veces se ayuda más de lo que dejan de responder que de lo que dicen.
Sabe que la minería del carbón no se hubiese producido sin la revolución industrial. El carbón fue el combustible necesario para que los motores de las máquinas funcionasen. Relata la pujanza de las cuencas mineras y cómo se produce el fenómeno de la inmigración necesaria para alimentar con mano de obra las minas. La llegada de nuevos trabajadores obliga a las empresas a dar no solo trabajo sino también alojamiento, escuelas, botiquines (con el tiempo se convirtieron en hospitales), economatos, etc. Las empresas, a finales del siglo XlX y principios del XX, hacen negocio con todo. Muchas veces, en esa época, los trabajadores mineros descubren con sorpresa que son ellos quienes asumen parte de las fluctuaciones del precio de mercado (al bajar el precio del carbón, su salario baja injustificadamente) y que trabajan, poniendo en riesgo su salud y su vida, por la simple subsistencia. El minero explotado, sin futuro, sin formación, sufridor de injusticias y calamidades, que vive en la miseria, se va cocinando a fuego lento, en un caldo de cultivo que terminará desembocando en ese carácter indómito que le define.
A lo largo del libro, la autora obtiene testimonios de muchos mineros, y todos se muestran orgullosos de lo que son. El minero de principios del siglo XX se pregunta a diario: «¿Saldré vivo hoy?». Por lo que esa convivencia con la oscuridad y el peligro hace que sea un luchador nato, apoyándose y sosteniéndose en quien tiene al lado, impronta muy bien explicada en varios capítulos del libro.
El minero desea mejorar su situación vital y se ve arrastrado hacia la lucha en todos los aspectos. La autora cuenta cuáles son los motivos que llevan a posicionarse en la Revolución de Octubre del 34 y en la Guerra Civil. Hace mención a muchas obras literarias que describen la vida minera, pero sobre todo hace referencia a La balada del Norte, de Alfonso Zapico, novela gráfica sobre los orígenes, desarrollo, fracaso y represión desatada por el gobierno de la República a causa del Octubre del 34 asturiano.
En este tramo hace un análisis del paisaje sin el cual sería imposible entender todo lo que hay alrededor de los mineros del carbón. Es digna de reseñar otra parte de este análisis, en el que sale su vena periodística, explicando, acertadamente, los motivos económicos y las circunstancias sociolaborales que obligan a que a 31 de diciembre de 2019 solo queden menos de mil mineros y dos minas de carbón en actividad (explotaciones que cerrarán en breve).
La autora habla de cómo se convivía en las familias, con naturalidad, aunque cueste creerlo, ante el miedo a que los seres queridos saliesen un día a trabajar y no regresasen nunca. Hay algún testimonio muy íntimo de cómo diariamente se despedían de la familia. La vida de las familias mineras era de todo menos monótona. Al vivir en las proximidades de la mina, el tiempo estaba regulado a golpe de sirena, que sonaba a la entrada y a la salida de los relevos del pozo, pero cuando sonaba de manera intempestiva, a otra hora distinta de las habituales, daba paso a la angustia de la espera, desatando el miedo por la zozobra por no saber a quién le iba a tocar la desgracia. La autora hace el análisis de lo que significaban los accidentes mortales. Su relato es estremecedoramente real, ya que detrás de los que se matan en la mina están los huérfanos y las viudas a los que espera el desamparo. Con las luchas sindicales consiguieron que el Gobierno legislase las coberturas necesarias para no dejar sin protección a las familias de las víctimas. En aquellos tiempos quedarse viuda y huérfano era una tragedia personal y económica. Llegados a este punto, Noemí Sabugal, describe cómo fueron algunos de los accidentes más significativos por su extensión y gravedad.
Un capítulo a destacar es el que analiza los detalles que conformaron la épica minera, haciendo un repaso exhaustivo de las diversas luchas protagonizadas por este colectivo, luchas que sin ellas las minas de carbón hace mucho tiempo que hubiesen dejado de funcionar. En este continuo batallar hay un hecho histórico muy bien analizado: la llamada “Huelgona de 1962”, donde un pequeño conflicto laboral en el Pozo Nicolasa de Mieres provoca el encendido de la mecha que desata un conflicto de consecuencias imprevisibles, un conflicto al que se van uniendo todos los sectores de la industria, los astilleros, los agricultores, y también los intelectuales y artistas, y termina teniendo una gran repercusión con “Las 102 cartas de denuncia” que fueron firmadas por los intelectuales más representativos del momento. En ellas exigían el fin del conflicto de la minería asturiana. Aquello ya no era el conflicto de un sector laboral, sino una denuncia contra la Dictadura en toda regla. El Gobierno termina cediendo en algunos temas, ya que el conflicto llegó a afectar a la política internacional, viéndose ninguneada la solicitud de España de asociarse al Mercado Común Europeo. Este es el punto de inflexión para que años más tarde se apruebe en 1969 el “Régimen Especial de la Minería del Carbón” y se regule todo lo referido a las protecciones y derechos de los mineros.
La autora se embarca en un viaje físico, con objeto de conocer en persona a los habitantes de las diversas cuencas mineras. Quiere conocer su pensamiento, sus opiniones, su idiosincrasia, sus esperanzas, sus anhelos y sus preocupaciones por la situación que genera la desaparición del sector. El viaje lo inicia por las cuencas de Asturias, de ahí pasa a las de León y Palencia, para continuar por las de Aragón y Cataluña, dejando como penúltima etapa las de Ciudad Real, Córdoba y Sevilla, y cierra el círculo en la cuenca de Galicia.
Al leer el análisis efectuado por la autora de la problemática del conjunto de las cuencas mineras se observa lo siguiente:
—Primero: que las conclusiones obtenidas en todas las cuencas son las mismas.
—Segundo: que los razonamientos que le hacen a la autora los habitantes de las cuencas son los mismos.
—Tercero: que los errores de cierre y reindustrialización de las zonas mineras son iguales en todas las cuencas.
—Cuarto: en todos los sitios encuentra desazón, impotencia, nostalgia y pesar “por lo tenido y perdido”.
—Quinto: en todas las comarcas se construye un museo que haga perdurar la memoria de su pasado minero.
—Sexto: en todas las comarcas mineras se encuentra con el mismo lamento por verse condenadas a tener “ruinas industriales como raspas de espinas”.
En su evaluación final la autora traslada muy bien todas las conclusiones y acierta en su diagnóstico. El libro es un testimonio valiente, sin parangón, de lo que fue el hábitat minero y la repercusión del final de la actividad de extracción del carbón en España. La autora lo puede decir más alto pero no más claro: ¡lo mal que se planificó y llevó a cabo el cierre de las minas! El sentir popular es un clamor, no se buscaron alternativas, se gastó el dinero de la diversificación en multitud de proyectos fallidos que no han servido para generar empleo y paliar el inmenso vacío que va a dejar un trabajo que se mantuvo activo durante más de dos siglos. El carbón ha sido durante siglos un símbolo y un referente en Europa. La Unión Europea actual nace del Mercado Común Europeo, y este a su vez de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero —CECA— fundada después de la ll Guerra Mundial.
La autora, al acabar el recorrido por las comarcas mineras del carbón, advierte al lector que todo está escrito “con un ojo puesto en el pasado, pero advirtiendo que este libro está escrito en el presente”.
Seguro que muchos de los lectores —sean mineros o no— al acabar el libro dirán que Noemí Sabugal ha sido capaz de remover sus entrañas. Y seguro que añadirán que José, Santos y Ricardo estarían orgullosos de que haya sido su nieta quien se haya ocupado de contar los avatares de su oficio y cómo se desarrolló el fin de la actividad de la minería del carbón después de más de 200 años de funcionamiento. Me permito, pues, la licencia de decirle que creo que se ha convertido, por mor de este libro y sin ánimo de cargarla de responsabilidad, en la cronista de la minería del carbón. Hay mucho que contar para dejar constancia a las generaciones presentes y futuras de lo que fue el mundo del carbón en España.
Termino con estas palabras de la autora:
“La escritura de este libro ha sido como las labores de una mina: un día y al siguiente. Picar letras que forman palabras, y palabras que construyen páginas, y las páginas un libro. Sabiendo que agotar un tema tan extenso como la minería del carbón es imposible”.
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Autora: Noemí Sabugal. Título: Hijos del carbón. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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