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Ya somos parte del experimento

Ya somos parte del experimento

¿Quiere ser voluntario para un experimento? Es algo sencillo, no tiene riesgos, al menos no demasiados. Hasta ahora no ha pasado nada grave. Hay gente a la que le ha sentado bien. A otros muchos no. Lo mejor es que pase lo pase no se resista a la experiencia, déjese llevar, tampoco intente entender lo que ocurre, permita que la realidad hable por sí misma, el significado siempre está dentro de usted, déjelo salir.

En la primera escena de Terapia de choque, una mujer tiene un casco en la cabeza con pinzas de las que penden cables que llegan hasta sus muñecas. ¿Es un experimento? ¿Una terapia? ¿Un sueño? De manera análoga a este personaje, los lectores vamos a vivenciar un tratamiento en el que seremos sometidos a una serie de estímulos que irán sedimentando bajo nuestra piel sensaciones incómodas. Seremos espectadores de encuentros secretos cuyo significado no se nos desvela fácilmente. Como un insecto, un dron, o aquellos ángeles de Wim Wenders, sobrevolamos la ciudad siendo testigos de fragmentos de realidad que se resignifican unos a otros.

"En cada una de las pantallas vemos como los sujetos tienden cada vez más a separarse, alienarse, agredirse"

Una de las mayores virtudes del texto es que aparecemos in media res de escenas llenas de subtexto. Los personajes hablan de acontecimientos y personajes que no conocemos y que solo se desvelan parcialmente. Nunca tendremos un sentido completo de lo que está ocurriendo, falta información, siempre hay misterio. Esto despierta nuestro lado detectivesco. Hasta que la ventana se cierre de nuevo intentaremos averiguar qué está pasando y por qué los personajes se comportan así. Hay diálogos y comportamientos que no entendemos, pero al mismo tiempo, todo nos resulta familiar: soledad, incomunicación, abuso de poder, sometimiento, miedo, alienación.

Podemos imaginar esta obra como el panel de monitores de la sala de realización de un reality show llamado: “sujetos bajo el capitalismo del siglo XXI en un entorno urbano”. En cada una de las pantallas vemos como los sujetos tienden cada vez más a separarse, alienarse, agredirse. Como ratas en un laberinto que sometidas a cada vez más tensión se acaban mordiendo unas a otras.

Gerardo, un guardia de seguridad que pasa la mayor parte de la obra hablando con la televisión, o con un perro al que nunca vemos, ejemplifica perfectamente a ese personaje resignado, acomodado, desconectado de sí mismo. Un engranaje intercambiable destinado a producir y consumir.

Hasta el Rey está alienado en esta sociedad desconectada de sí misma. En una visión del poder que mezcla la incomodidad con el sentido del humor, y un punto de Berlanga, el Rey, que está haciendo un casting para su nuevo bufón, no encuentra a nadie que le haga gracia.

El Rey: No voy a encontrar un bufón. La gente ha perdido el sentido del humor.

Falto de un bufón, el Rey acaba como Gerardo, bebiendo solo delante de un monitor. Algo está mal si en lo más alto o en lo más bajo de la pirámide todos están solos mirando la pantalla.

Esta obra muestra que, como señala acertadamente Sanchís Sinisterra en el prólogo, todavía hay mucho camino para innovar dentro del teatro de texto. Aunque esa capacidad de crear algo nuevo con el teatro de texto depende también de quien lee. Textos como este necesitan de lecturas desprejuiciadas, abiertas y curiosas, para empezar a mostrar todas sus posibilidades.

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Autora: Eva Redondo. Título: Terapia de Choque. Editorial: Ñaque Editora. Venta: Todostuslibros.

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Bixen
Bixen
2 años hace

¿Quién se cree bufón o bufona de la corte?¡No sea el Rey… ni la Reina!