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Yo… ¿finalista del Nadal?

Yo… ¿finalista del Nadal?

El colaborador de Zenda, Miguel Garrido de Vega, quedó finalista en el último Premio Nadal con la novela Subdural. Aunque al final no se hizo con el galardón —la competencia era dura: se habían presentado 769 obras—, nunca olvidará la gala de entrega celebrada en el Hotel Palace (Barcelona).

En este making of Miguel Garrido de Vega reconstruye el día en que se enteró de que había quedado finalista del Nadal 2025.

***

Cierro los ojos, respiro.

Cuento hasta diez.

Cuando los abro, el mensaje de WhatsApp sigue ahí. Igual que la mesa de la cocina, igual que la falta de sueño patrocinada por el bebé y el dolor de garganta, igual que el reloj —tres de enero de dos mil veinticinco, las doce del mediodía— y que el té con jengibre que aún remuevo como un autómata.

«Bueno, bueno, bueno… finalista del Nadal». Lo acompaña una captura de pantalla, supongo que de algún boletín informativo, donde se muestran cinco nombres —el mío entre ellos—, junto al título de cinco novelas —la mía entre ellas—.

La cucharilla se cae al suelo y el mundo explota.

"Mi cabeza ya moldea preguntas y futuros, me cuesta respirar, centrarme. Reviso la agenda del móvil y llamo a mi maestro con los dedos temblorosos"

Los pedazos me alcanzan, o no, en este orden: corro por el pasillo, grito y en casa gritan, no puede ser, no puede ser, ya no tengo sueño, será un error, ¡mira, la nota de prensa!, Gazpacho ladra y ladra, esa nota de prensa habla de setecientos sesenta y nueve manuscritos presentados, habla del premio literario más antiguo de España y de un jurado de élite, habla de galardonados como Carmen Laforet, Miguel Delibes o Elena Quiroga, no es un error, el bebé sonríe, el té se enfría, ya no me duele la garganta, y luego viene la llamada oficial, y la invitación a la cena donde se anunciará el ganador, y en esta casa, en esta casa de gritos nos abrazamos y reímos.

Recuperado el aliento, me encierro en la habitación y me siento en el borde de la cama; en el salón siguen celebrando. Mi cabeza ya moldea preguntas y futuros, me cuesta respirar, centrarme. Reviso la agenda del móvil y llamo a mi maestro con los dedos temblorosos.

—Te voy a dar dos tortas —dice Juan Jacinto Muñoz Rengel tras escuchar la noticia—, eso voy a hacer. Se acabó esa dichosa falta de confianza tuya. Lo sabes, ¿no?

—Sí, sensei —respondo con la boca pequeña.

—¿E irás a la gala?

"También aquella vez había enviado la obra sin esperanza alguna. Y lo que hice después fue darme cabezazos, flagelarme, repetirme que hace falta ser estúpido para que algo así se te escurra entre los dedos"

No le estoy escuchando. No dejo de pensar que esto es imposible, absurdo, que envié la obra por enviarla. Tan solo vi la convocatoria abierta y pulsé el botón. Porque no se diga que uno no hace por mover su obra. Pero nominado al Premio Nadal… es decir… ¿quién soy yo? Un tipo anónimo de treinta y cinco años, sin una larga trayectoria a sus espaldas, sin padrino, que publicó una novelita en dos mil diecisiete, que trasnocha frente al teclado, que compone haikus mientras pasea a su perro, lee por encima de sus posibilidades y se mete en todos los fregados habidos y por haber. Eso soy.

—Aún no he confirmado. No pinto nada allí —digo al fin.

—Ya empezamos…

—En serio, Jota, yo…

—En serio, Miguel: ¿qué dijimos hace unos meses?

"Orwell decía que todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un misterio. Yo no soy una excepción"

En otoño me comunicaron que otro libro mío había ganado por unanimidad uno de los premios literarios más importantes del país, dotado con muchos euros y publicación en una fantástica editorial, pero mi torpeza a la hora de revisar las bases y el propio manuscrito impidió que pudieran dármelo. También aquella vez había enviado la obra sin esperanza alguna. Y lo que hice después fue darme cabezazos, flagelarme, repetirme que hace falta ser estúpido para que algo así se te escurra entre los dedos.

—Dijimos —comienzo, y bajo la voz— que aquello era una prueba de muchas cosas. Que, me lo hubieran dado o no, seguía siendo el ganador.

—¿Y qué más?

—Que tenía que servirme como inyección de moral, porque…

—No, no me refiero a eso —me corta Juan Jacinto; su tono tranquilo es el mismo que cada miércoles por la noche, cuando salimos del taller de escritura y caminamos de vuelta a casa—. A ver, ¿tú por qué escribes?

Touché.

Es una pregunta que me paraliza. Siempre que me la planteo, me siento pequeño e insignificante. Orwell decía que «todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un misterio». Yo no soy una excepción.

—No sé, sensei, el Nadal son palabras mayores. Llegar hasta aquí ya es algo increíble.

—Pero ¿tú te das cuenta de lo que has conseguido? ¡Que solo has escrito dos libros largos! Y con los dos, en menos de medio año… Por eso mismo debes ir a la gala.

Le agradezco los consejos, su paciencia infinita, le digo que me están llamando, que me lo voy a pensar y le contaré con lo que decida.

Lo que hago es salir a la terraza.

"Todo lo que veo es mi escritorio abarrotado de cachivaches. A mí mismo, acariciando las teclas de madrugada, dudando de cada palabra, tachando más líneas de las que dejo"

Dejo que el aire gélido me golpee en la cara y trato de respirar, de no ahogarme. Intento centrar mi atención en el sol sobre las fachadas, en el zumbido de los coches y el murmullo de las conversaciones, en las narices rojas, los gorros de lana, las prisas por encargar el roscón o encontrar los últimos regalos.

Y sin embargo, no estoy aquí.

Todo lo que veo es mi escritorio abarrotado de cachivaches. A mí mismo, acariciando las teclas de madrugada, dudando de cada palabra, tachando más líneas de las que dejo. Pienso en la novela, en los tres años de trabajo, en los rechazos, en el desgaste físico y emocional, en el tiempo robado a mi familia, a la cama, a la diversión sin culpa, y pienso en todos esos escritores silenciosos, amigos, compañeros, todos con más talento que yo, que escriben más y mejor, con mayor constancia y mejor método, que no publican, que no ganan premios, que siguen ahí contra viento y marea, y siento vergüenza por ser yo quien ha recibido esta llamada. Y cuando más frágil me siento, cuando el cuerpo me tiembla tanto que ya no puedo contenerlo, vuelve el recuerdo de mi madre y de los años que hace desde que no está. Pienso en cuánto, cuantísimo le gustaría conocer esta noticia, en lo orgullosa que estaría de mí, en los besos que me daría y en cómo correría a contárselo a todo el mundo.

Ahora que las lágrimas son navajas sé que he vuelto, que el suelo que piso es real. El viento me devuelve el aroma de la tierra húmeda y de las chimeneas. Por un instante, no hay premios, ni palabras, ni dudas. Solo estoy yo, aquí y ahora, en un mundo vasto e incomprensible.

Alguien me llama desde dentro.

"Todo lo que sé es que marcaré el número que me ha proporcionado la organización y me aclararé la voz para decirles que soy uno de los finalistas al Premio Nadal 2025"

Andrea, mi compañera, la única persona que me conoce mejor que yo mismo. Mi nombre en sus labios me reconforta. Sonrío. De acuerdo, entraré, calentaré el té con jengibre, me agenciaré un par de galletas. Lo publicaré en redes sociales, por más reparo que me dé, y vendrán tantas enhorabuenas, tanta alegría, que me sentiré abrumado. Pero ahora mismo no sé nada de eso, no puedo saberlo. Todo lo que sé es que marcaré el número que me ha proporcionado la organización y me aclararé la voz para decirles que soy uno de los finalistas al Premio Nadal 2025. Y que sí, que acudiré a la entrega de premios.

Así que cierro los ojos. Inspiro. Vuelvo a contar hasta diez. Después entro en casa y cierro la puerta.

¿Que por qué escribo? Porque no imagino vivir sin contarlo.

Y porque quiero seguir soñando.

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Vicente
Vicente
3 meses hace

Disfruta el momento y que lleguen muchos más.

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