La gente aplaudió de pie, rebosando de gratitud y de felicidad mientras guirnaldas y papelitos nos bañaban a todos en las butacas, como en la final de la copa del mundo. Y los actores nos devolvían de lo mismo, alegría, emoción, felicidad de estar vivos, al menos en ese momento milagroso que se da cuando todo encaja, cuando todo fluye y acumula en la dirección que debe. El tiki-tiki del Huracán de Ángel Cappa. Los jugadores entendieron la obra, la directora supo conducirlos, el texto los lleva con el viento en popa. El gusto de verlos divirtiéndose como si fueran chicos, jugando con los silencios, con el melodrama cómico que por momentos aparece, combinado con esas cumbias poderosas que irrumpen a todo trapo para sacarnos de un estado y meternos en el otro, sopetones acertados. Otro banquete teatral la obra con que las hermanas Marull de nuevo me vapulean, en el mejor de los sentidos.
Siendo la calle Corrientes no se usted pero yo suelo ir pecando de prejuiciosa: va a ser malo, pienso, porque prejuzgo malamente que el teatro comercial, con el que se hace dinero, no puede ser brillante y “decir cosas”. Pues si algo me encanta es que me la manden a guardar, que me callen la boca, por ejemplo, con una obra de teatro como esta, en la que el tiempo pasa y no te das cuenta por lo bien que te va llevando con las cosas que dice, con los textos crepitantes, las situaciones simples y tan humanas que viven los personajes; y el ritmo que no para, más bien cabalga y uno acompaña, gustoso, todo el tiempo, porque no puede hacer otra cosa.
Dorita. Creo que la adoramos todos. La vuelven loca entre las dos preadolescentes, su fato motoquero y el tío espástico, Aníbal. Trabaja cama adentro en esta casa del interior en donde es ley, como en todo el interior, dormir la siesta. Lo que sucede es que entre el tío, asiduo trepador de árboles altos que se pianta para el jardín dos por tres, entre las chicas aficionadas a jugar a las veterinarias con perritos de verdad y cuchillitos de verdad, entre el tosco pero perseverante muchacho que pretende recuperarla… La pobre Dora no gana para disgustos. Lo maravilloso es lo que logran, eso tan difícil que es contar una situación dramática de manera tal que no podes parar de identificarte, de reírte, salvo en los momentos en donde te llegan a lo hondo y quedas tocado por un momento o dos, también muy difícil de lograr en teatro.
Se agradece mucho la labor de los actores, todos están como peces en el agua, como si siempre hubieran sido estos personajes, a cada uno lo queres mucho por el trabajo que logra. Las dos nenas son un tamborcito certero con el texto, los tiempos; el tío un desparpajo lo que hace con sus crispamientos aislados; lo mismo el pretendiente neandertal y la dueña de casa, Hilda. Junto a la historia que logran, las purpurinas que flotan, la música emotiva, el viento, conforman una bella orquesta elocuente. Hidalgo, La Pilarcita, Lo que el río hace… ¡Paren un poco, Marull! O no, no paren nunca, que hacen con su teatro de este mundo algo un poquito mejor.
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*Están en el Astros. Quedan poquitas funciones pero el año que viene posiblemente sigan. Espero. Valen la pena. Y la alegría.
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