Eso dicen algunos que aseguran leer sólo “cosas serias”. No sé, el código penal, la receta de las croquetas o la prensa. Y mucha Historia, “el folletín de las personas serias”, según sentenció uno de los alter ego de Baroja.
Yo en cambio leo ficción, toda la que puedo: no me creo lo que leo cuando no leo ficción. Incluso fabrico ficción para evadirme de la ficción, o sea, del papeleo de la Administración, de los programas de la tele y del espectáculo del judici, léase “iudisi”, que en catalán significa “juicio” y que es lo que estamos perdiendo. Sí, los españoles estamos perdiendo el juicio a base de no leer ficción homologada. La Humanidad entera, en realidad, parece haber perdido el juicio y huir de una ficción como Dios manda. La Humanidad entera parece entregada a una orgía de mierda.
Y es que la ficción ha de ser profesional. O como que no.
Una buena ficción es imprescindible para seguir viviendo. Todos, unos más y otros menos, cabalgamos a diario sobre alguna ficción porque todos necesitamos un cuento para tirar palante. ¿Quién soportaría si no este declinar? Sí: declinar, decaer, degenerar. “Nunca vas a estar mejor que ahora”, decía a este respecto Jonás en Las escobas en el desván, de Rufus T. Firefly. Tenía razón. Salvo excepción, no vamos a estar mejor que ahora. Vivir es ir a menos, y el camino del futuro la ruta de la muerte. “Vivir es suicida”, según Atenágoras de Tebas (siglo II dJC). En resumidas cuentas, que esa cosa llamada “realidad” siempre ha sido insoportable, así que hay que inventarse un sin vivir alternativo, virtual, y santas pascuas, que es lo que viene haciendo el personal desde que el mundo es mundo.
Con ocasión del reciente aniversario del fallecimiento, hace ochenta años, de Antonio Machado pudimos ver en la tele cómo se incrementaba el habitual derroche ritual en torno la tumba del poeta en Collioure (Francia). Al verlo, servidor no pudo menos que evocar los derroches rituales que debieron de tener lugar alrededor de las tumbas celtibéricas hace la friolera de dos mil y pico años. “Naturaca, colegui: tampoco hemos cambiado tanto”, comentó un buen amigo que imparte metafísica en una universidad del NO y con el que cambié impresiones al respecto. Mientras lo hacíamos, embaulábamos las últimas centollas de la temporada, una de las ficciones más sólidas que existen.
En la tumba de Machado, el ritual tiene que ver con mitos como la República, la bondad prístina del poeta y cuanto pudo haber sido y no fue. En las tumbas celtibéricas, con extrañas ensoñaciones solares, lunares y endovélicas. Y, cómo no, también con cuanto pudo haber sido y no fue, esa ensoñación que parece común a todos los seres humanos de todas las épocas. Todo podría haber sido mejor, más amable, más grato. Total, que tanto la tumba del Rosellón como las viejas tumbas perdidas en la entraña caliza de España aparecen engalanadas con grafismos, exvotos y ofrendas que testimonian una fe sólida y sin fisuras, una fe inasequible al desaliento como la de los fans de Freddy Mercury, una fe en lo que sea, en alguna clase de ficción.
Hay que sumergirse en la ficción. La mente humana es un sitio muy raro y la ficción una realidad que debe vivirse con intensidad. Empiezas por no leer el Quijote y acabas viendo gigantes; al final un guardia de la porra te sacude un mojicón, te llama idiota y te recuerda que la República no existe. Reality bites, colegui. Sin saberlo, aquel mosso d’esquadra no hizo otra cosa que remedar a Sancho cuando sugirió al buen Quijano, —motejándolo, eso sí, de “vuesa merced” y no de “idiota”—, que “no son gigantes, sino molinos de viento y eso que parecen brazos las aspas que movidas por el viento hacen que gire la piedra del molino”. En fin, que hay que andar listo. “Dejas de creer en Dios y acabas creyendo tonterías”, se lee en los textos de los Santos Padres de la Iglesia, gente especializada en ficciones de nivel y que no daba puntada sin hilo. Empiezas negándote a la ficción, y toda tu vida, incluso tú mismo, se convierte en una enorme y descomunal ficción.
De cartón piedra, encima.
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