Basta con abrir la cubierta de este libro para descubrir, por sus guardas, todo el contenido. También en el corazón del libro, abierto completamente, ocurre lo mismo: perros y más perros, perros en toda su extensión. Hay un sabio adagio estético que reza: “toda la literatura, todos los valores”. Pues bien, podría aplicarse adecuadamente a este álbum, ligeramente transformado: “todos los perros, todo lo humano”. Y es que el perro doméstico, como especie del género canis, es un animal ligado indisolublemente a la historia del hombre, hasta el punto de haber sido “creado por él” a su imagen y semejanza (las más de 300 razas caninas que existen por el momento son el retrato de otras tantas ocupaciones humanas, y se han mezclado o mantenido en su pureza aristocrática siguiendo los estrechos designios del hombre y el urgente vocativo de vida. Kitty Crowther disfruta coloreando esta graciosa diversidad –grandes, enanos, pelones, peludos…-, recreándose en un polimorfismo grotesco).
Desde el propio título de la obra se evidencia esta importante cuestión, desatendida quizás por evidente: el hombre ha necesitado desde antiguo la compañía de los perros y estos se han constituido como especie en su contacto con él, abandonado el reino de los lobos. La sabiduría popular que dice: “los perros acaban pareciéndose a sus dueños, y viceversa” es capturada perfectamente por Crowther en sus dibujos, impresos en un poderoso papel naranja, el color escogido para simbolizar esta unión. La risa de este parentesco no es sólo una cuestión superficial, tiene raíces más hondas: los rasgos de empatía presentes en los genes de ciertos lobos permitieron su contacto con el hombre; una necesidad de compañía, laboral y doméstica, por parte de este, transformaron al can y transformaron al propio humano. Quien mejor supo hablar de ello, quizás, fue Victor Hugo, quien en su novela El hombre que ríe presenta una figura grotesca, una pareja formada por un hombre llamado Ursus («oso») y por un lobo amaestrado llamado Homo («hombre»). A comienzos de la vasta novela puede leerse:
«Homo bastaba a Ursus; era para este más que un compañero, era su análogo. Ursus decía de él: He encontrado mi segundo tomo. Añadiendo además: -Cuando yo muera, el que quiera conocerme tendrá que estudiar a Homo, porque le dejaré en la vida como una copia idéntica al original«.
Quien conozca al perro conocerá al hombre y el impulso que guía el acuerdo entre ambos. La protagonista de este álbum, una niña llamada Millie, ansía un perro por encima de cualquier otra cosa en el mundo. Desea su compañía, como se encargan de demostrarlo los cientos de peluches caninos, pósters, estampados de alfombras, colchas y cajas de cereales que pueblan su casa. Crowther despliega una multitud de perros en el escenario doméstico. Son perros multiformes (Millie necesita todos, cualquiera) e impregnados de un color, el naranja, que es el tono de este anhelo interior. Este deseo de la compañía canina choca con la negativa materna (Crowther ya había tratado de los procesos de socialización y de la relación madre-hija en Madre Medusa, uno de sus mejores álbumes en esta línea de lo humano-animal). El anhelo tiene una dimensión grupal (todas las niñas del colegio tienen un perro) e individual (la soledad moderna). Finalmente la madre de Millie transige, con una única condición: el perro elegido deberá proceder de un refugio de animales. Será un perro, por tanto, procedente de los márgenes, de los desajustes de la relación cultura/naturaleza entre los cánidos y los humanos. (A quien desee leer unas páginas imponentes sobre el fenómeno contemporáneo de las perreras, se le recomienda vivamente el pasaje “La recogida de perros, los laceros y el depósito del Canal” escrito por el artista grotesco José Gutiérrez Solana en la segunda década del siglo XX). Millie adopta un perro diminuto y feo (“parece una oveja”, le dirán) procedente de un cruce (“es un bastardo”, escuchará). El rechazo de sus elitistas compañeras del cole provocará un abandono del perro, al que ha bautizado con el nombre de “Princesito”. Millie se arrepiente y sale a su encuentro en medio de una noche de tormenta. Con Princesito lee libros; niña y perro disfrutan con la lectura conjunta. Cierto día un extraño ve a Millie paseando con su perro y le revela que Principito pertenece a una extraña raza oriental, caracterizada por saber leer, escribir y hablar con los humanos. Millie está extasiada: “¡Así podrás hacerme los deberes!”, le dice a Princesito en su primera conversación con él. Pero el perro le deja claro que su formación depende de sí misma y que él, a lo sumo, podrá leerle cuentos a ella por las noches, antes de dormirse juntos.
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Autor: Kitty Crowther. Título: Yo quiero un perro. ¡El que sea, me da igual! Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todostuslibros
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