¿Cómo es posible que hubiera pasado inédito? Hay veces en que el placer de descubrir a un escritor, lo que cuenta, pero sobre todo la forma, la importancia capital del estilo, se teñirá más tarde de melancolía alegre porque sabes que cualquier cosa que leas después ya no podrá parecerse a la lectura gozosa de abrir las primeras horas de aquella obra. Este es un feliz caso.
La literatura de Kawasaki recuerda a un Bolero de ravel literario porque insiste en sus preferencias, deseos y obsesiones enfocando distintos prismas cuando recoge las experiencias, que siempre son vívidas y que suenan a presente. Exhibe un matiz diferente en cada parte del libro, una sinfonía de imágenes claras, precisas y contundentes que empujan al lector a dejarse seducir por una determinada manera de contar.
El barrio del incienso arranca con la muerte del padre y un protagonista, alter ego del autor, que está soltero, tiene más de 30 años y lo ha pasado mal con su economía personal. A duras penas ha conseguido pagar el alquiler de Tokio. Le ayudan sus padres. Publica sus primeros relatos y asoma la vocación: “Para bien o para mal, la literatura era lo único que yo tenía en la vida”, pero la familia no confía en él. Piensa que la escritura es un pasatiempo, algo que se puede hacer como complemento, en fines de semana.
Y esa fuerza interior lo lleva a seguir su propio camino hasta el final, a pesar de las penurias económicas, de su afán por no seguir modas literarias. Su interés por la “novela del yo” se refleja en este libro de frases claras, no necesariamente cortas, con escaso espacio a la metáfora y a imágenes efectistas, pero con profundidad en narrar la condición humana.
En el relato Soldado raso o en el que da nombre al libro se exhibe un talento en la descripción de los personajes y en la construcción de diálogos, no muy abundantes, creíbles. Y crea atmósferas: “Cuando los mandarinos del campo empiezan a teñirse de color, comprende que las amenazas de las montañas han desaparecido. Todos los días sube y baja por estrechos senderos desde donde divisa el mar en dirección sur, las montañas extendiéndose de este a oeste. El paisaje le sugiere a menudo un kaiku”.
Kawasaki fue un autor que marcó a escritores. Kenzaburo Oé: “Irrepetible”. Masuji Ibuse, escritor de Lluvia negra: “Uno de los pilares del siglo literario nipón”. Yukio Mishima, que no regalaba halagos, le admiró tras conocerle en casa de Yasunari Kawabata. Los autores nipones contemporáneos también valoran la aportación a la tradición narrativa japonesa, una tendencia autobiográfica que mezcla territorios íntimos e imaginados. Yo soy Kawasaki.
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