Detalle de la ejecución de la portada por Augusto Ferrer-Dalmau
Al cumplir en Zenda nuestro tercer año en la red, con un millón de usuarios al mes y más de 5.000 artículos publicados de 500 autores, camino de los cien mil seguidores en redes sociales, y más de un centenar de iniciativas vinculadas con el mundo lector, esta legión extranjera de las letras —como la definiera su co-fundador, Arturo Pérez-Reverte—, sigue creciendo de manera natural hacia los libros.
Esta primavera de 2019 nace, al amparo de ese éxito logrado en gran medida gracias a su ejército de seguidores, el primer sello editorial de Zenda, que, como no podía ser de otra manera, ha recibido el nombre de Zenda Aventuras. La razón de este sello y de los libros que vendrán con él es la manera que Zenda tiene de demostrar el agradecimiento a todos esos lectores que durante los tres años de vida digital nos han hecho sentir muy afortunados con su curiosidad, su apoyo, sus lecturas y su lealtad.
Zenda Aventuras, primer sello editorial de Zenda
En Zenda Aventuras queremos recuperar aquellas novelas del género que por diversas razones se han ido olvidando o se conocen mal. Se recuperan también los héroes aventureros que durante décadas encarnaron la moral y las virtudes clásicas, generando unos referentes para la formación ética y estética de varias generaciones, referentes que hoy son más necesarios que nunca. Todo esto sin olvidar al antagonista: el imprescindible antihéroe, el villano clásico que en ocasiones resulta más relevante por su atemporalidad.
Con esta colección, Zenda rinde homenaje a la aventura literaria y a los maestros del género que ayudaron a crear el hábito de la lectura a través de la diversión, el riesgo y la acción.
La aventura clásicaZenda, por tanto, da un paso más en el sector editorial, y llegará el próximo 10 de abril a las librerías con este nuevo sello literario.
Los libros de la colección presentan prólogos inéditos de Arturo Pérez-Reverte, con portadas diseñadas en exclusiva por el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau.
Todos los títulos tienen en común el sabor de la aventura clásica con ingredientes capaces de seducir a lectores de todas las edades: espadas rutilantes, traiciones necesarias, amores imposibles, damas peligrosas, tesoros ocultos, contrabandistas borrachines, jóvenes soñadores, bellezas seductoras, héroes cansados, asesinatos, huidas, ambiciones, venganzas, naufragios, regresos. Y casi siempre el mar como paisaje engañoso, añorado, cruel, inmortal.
El diamante de Moonfleet, una obra maestra universalEl diamante de Moonfleet (nacida de las manos de John Meade Falkner con el título de “Moonfleet”), es la novela elegida para capitanear este nuevo sello editorial.
Elogiada por Conrad por la brillante construcción de sus personajes, de esta novela dijo R.L. Stevenson: “Moonfleet es la novela que siempre quise escribir, pero lo único que pude hacer fue La isla del tesoro”.
Un siglo después, Georges Remi (Hergé) reconocería el paralelismo de sus famosos personajes, Tintín y Haddock, con los protagonistas de Moonfleet: John Trenchard, muchacho sediento de aventuras y su compañero Elzevir, el viejo lobo de mar, contrabandista y bebedor de ron. Juntos emprenden el largo camino de la aventura en el que encontrarán, como en las buenas historias y como en la vida, razones aún más poderosas que la promesa de un tesoro escondido: la amistad, el amor, el miedo compartido, la compañía, el dolor, la valentía, el consuelo, la lealtad.
La furia del deseo de vivir del joven muchacho frente a la ternura de verse continuado en él por el viejo marino, trazan fuertes líneas maestras que atan con lazos de talento una historia de acción en la que no falta ningún elemento para saciar el hambre de aventuras: un fantasma, una pista escrita en el medallón de un cadáver, un tesoro oculto, un contrabandista bebedor, un joven soñador… Y el mar como paisaje engañoso, añorado, cruel, que acuna la narración con la inevitable melodía de la gran literatura clásica.
Sin embargo, lo que convierte El diamante de Moonfleet en una obra maestra universal es algo mucho más difícil de conseguir y que su autor, Meade Falkner, halló en el azar de los escritores tocados por un dedo divino, pues, queriendo contar la aventura de unos hombres, terminó construyendo una historia sobre el ser humano.
Traducida en exclusiva para Zenda Aventuras por la escritora y traductora Dolores Payás (responsable, entre otras, de las bellísimas traducciones de los libros de Patrick Leigh Fermor, así como la biografía del mismo escrita por Artemis Cooper), la edición que presentamos está cuidadosamente construida para que, sin perder nunca el sabor del original, la estructura actualizada nos haga vibrar de emoción con un nuevo ritmo narrativo.
Un autor casi desconocido con un apellido “equívoco”: John Meade FalknerEl autor de El diamante de Moonfleet, John Meade Falkner (1858-1932), comparte paralelismo en lo sonoro de su segundo apellido con otro apellido brillante de las letras anglosajonas y Premio Nobel de Literatura de 1949, William Faulkner (1897-1962). Incluso en lo físico tal vez se den cierto aire. Pero en lo literario son bien diferentes.
Cuenta Richard Davenport-Hinesque, biógrafo de Meade Falkner que cuando H.H. Asquith, en calidad de primer ministro, visitó durante la Primera Guerra Mundial la pequeña localidad de Elswick, en el condado de Lancashire, al noroeste de Inglaterra, encontró una vasta y ruidosa fábrica que producía los medios más sofisticados para destruir la vida humana. La firmaba Armstrong Whitworth —la empresa de armamento más importante y una de las más grandes del mundo—, que suministraría a Gran Bretaña durante los cinco años que duró el conflicto 12 acorazados, 11 cruceros, 11 submarinos, dos centrales eléctricas flotantes, 4.000 cañones navales, 9.000 cañones militares y 21 millones de proyectiles, además de 100 tanques, tres aeronaves y más de 1.000 aviones, junto con bombas, granadas y placas de blindaje.
Asquith había acudido acompañado por su hija Violet, quien se sentó junto al presidente de la compañía durante la cena, una figura casi gigantesca a la que su padre describió como “un hombre con el rostro y la voz vagamente melancólicos y una apariencia silenciosa de hidalgo español». Durante la cena hablaron de lecturas y libros y Violet le dijo a uno de los comensales: «Hay un libro que debes leer. No puedo decir por qué, porque su calidad es indescriptible. Se llama Moonfleet”… «Lo escribí yo», dijo entonces aquel caballero silencioso que presidía la mesa. Su nombre era John Meade Falkner.
A pesar de todo, Falkner sigue siendo un hombre misterioso. Nació ocho años después que Stevenson y cinco antes que Anthony Hope. En pocos años, estos tres ingleses transformarían la idea de la novela de aventuras plagada de espadas certeras, amigos leales y mares lejanos.
Hijo de un párroco de Dorset que le obligó a estudiar la lengua griega desde los seis años, y una madre dulce que le transmitió el amor por la cultura clásica y el latín, dejándolo huérfano a la edad de doce años, estudió en el Hertford College de Oxford, graduándose con una nota bastante mediocre; por lo que, para no seguir los pasos de su padre, hizo caso a los consejos de un maestro llamado Henry Luxmoore, quien lo recomendó como preceptor del hijo de sir Andrew Noble, presidente de la compañía Armstrong Whitworth. Muy pronto, Falkner se ganaría su confianza convirtiéndose en su protegido y avanzando por la jerarquía de la empresa frente a la perplejidad e impotencia de sus ambiciosos rivales. En 1888 ya era secretario de la firma, y en 1901 director de la empresa.
Pero en su interior había, qué duda cabe, otro Falkner. Tan pronto como se estableció en la empresa de Newcastle, compró una casa en Durham (Divinity House), viajando al trabajo todos los días en tren. Allí llevaba vida de anticuario, llegando a convertirse en bibliotecario honorario de la catedral. Su posición e ingresos le habían permitido hacerse con una creciente colección de libros antiguos y medievales que pasaron a engrosar una más que notable biblioteca personal, en la que su gusto quedaba fuertemente marcado por los libros de heráldica, paleografía, música sacra y demonología.
En su tiempo libre, los vecinos solían verlo leer durante horas en el Hotel Beverley Arms sentado en la parte posterior de la iglesia o recorrer en bicicleta los tranquilos caminos del condado. Algunos de ellos, sin embargo, se habrían sorprendido al saber que ese hombre alto, elegante y tranquilo, viajaba al mismo tiempo a Sudamérica y los Balcanes, con cuyos gobiernos mantenía un intenso comercio de armas, suministrando y recabando información sensible de carácter político y militar.
Después de retirarse de los negocios en 1921, Falkner llegó a ser lector honorario en Paleografía por la universidad de Durham. En la necrológica publicada en el Times el 25 de julio de 1932, tres días después de su muerte, se le recordaba como “erudito y hombre de negocios”.
Nosotros lo recordaremos siempre como el hermano literario de aventuras, talento y mar, de Robert L. Stevenson.
Fragmento del prólogo de Arturo Pérez-Reverte a El diamante de Moonfleet
“Hace más de medio siglo pisé por primera vez la arena fría de la bahía de Moonfleet, y volver a ella ha sido como abrir una puerta a los recuerdos lejanos, aunque nítidos, de alguien que, como John Trenchard, protagonista de esta historia, aún deambulaba por el mundo de los libros y los sueños sin establecer fronteras entre unos y otros. El mar junto al que transcurrió aquella primera juventud era camino de inicio, acicate de cada aventura que nacía de aquellos libros y cobraba vida en los ojos y la imaginación vivísima del chiquillo soñador, flaco y tostado por el sol, cuyas obligaciones escolares eran nada más que un paréntesis inevitable entre historias leídas e imaginadas”.
Vuelve, por tanto, la Aventura. ¡Bienvenidos a bordo, zendianos!
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