Asesinato en el parque Sinaloa (Literatura Random House), la más reciente obra del escritor sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), es una vuelta de tuerca más en la evolución literaria de este autor que ha sabido ganarse la afición de los lectores más exigentes. Esta obra, la quinta entrega de la saga que aborda las peripecias del detective conocido como el “Zurdo Mendieta”, que inició con el libro Balas de Plata (Premio Tusquets 2007) y siguieron La prueba del ácido, Nombre de perro y Besar al detective, demuestra la forma en que el autor ha sabido entender y manejar las tensiones entre el habla coloquial y la palabra escrita con medida y altura literaria, alcanzando un equilibrio donde brilla su capacidad para escuchar y convertir lo oído en pura literatura, y donde el ritmo del género jamás estorba la reflexión soterrada para enfrentar al lector de lleno con la realidad más dura del norte mexicano, que Mendoza conoce y sabe describir como pocos. Muchos lectores me aseguran que si alguna vez se reúnen en un solo volumen estas novelas de Mendoza, el resultado será un fresco de los bajos fondos del México más cínico, bronco y cabrón.
MÉXICO MACHISTA
Hay un problema muy grave en México de crecimiento civil, de educación sexual, de sentido de la ética y de una moral mal comprendida que hipócritamente disfraza la vida íntima de las personas en pecado. Estas son algunas de las conclusiones a las que nos conduce el escritor, periodista y editor Braulio Peralta, (Tuxpan, 1953) en su libro Otros nombres del arcoíris (Ediciones B), la historia de las personas que integran el hoy denominado movimiento LGBTTTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgéneros, Travestis, Transexuales e Intersexuales) y la forma en la que han vivido y expresado su erotismo desde 1971 hasta la fecha. Tras años de investigación de la actividad y las reivindicaciones de estos colectivos —a los que ha dedicado otros dos títulos: Los nombres del arcoíris (2006) y El clóset de cristal (2017)—, el autor ha logrado inquietar a las buenas conciencias al desenmascarar a una sociedad, la mexicana, donde no solo no hay equidad con los homosexuales, sino tampoco con las mujeres, los niños, los indígenas o los campesinos, y donde campea a sus anchas el machismo, la homofobia o los crímenes de odio. Peralta, quien ha escrito un libro memorable sobre Octavio Paz (Los rostros de Octavio Paz), es un autor fascinado por los márgenes, que sabe observar cómo se ensaña su sociedad con aquello que desconoce. A ese tenor responderá, precisamente, la que será su siguiente obra: un libro, aún sin título, sobre las adicciones, que sus lectores esperan ya con impaciencia.
DE LA FIL DE GUADALAJARA A LA POLÍTICA NACIONAL
El candidato presidencial de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya, cuyo logotipo es igualito al del Grupo Editorial Anaya español (incluso podría ser acusado de plagio fácilmente y solo hay que que ver la imagen de Padilla y el candidato juntos tras el cartelazo con el apellido-logo), presentó hace pocos días como parte de su equipo a Raúl Padilla, exrector de la Universidad de Guadalajara y fundador y presidente de la Feria Internacional del Libro (FIL) de esa ciudad, quien fungirá como “coordinador de enlace” con la comunidad cultural y creador de la propuesta en la materia de quien ha sido militante del derechista Partido Acción Nacional (PAN). Su planteamiento busca aumentar los recursos para este sector y otorgar seguridad social a los artistas en un país donde la mayor parte de los creadores no tienen ningún tipo de prestación en ese rubro. Padilla promete el mejor proyecto en la materia, mediante una “reingeniería” de los espacios, las instancias y programas culturales, para construir una política integral de cultura, lograr su descentralización y hacer de este área un motor de desarrollo creador de ciudadanía y diversidad. La advertencia que me llega desde diversos ámbitos del mundo literario mexicano es, sin embargo, muy pertinente, y Padilla debería tenerla en cuenta: la complicidad con el poder carcome la distancia crítica. Ya veremos.
ADIÓS A UN MAESTRO
Todos recordaremos a Sergio Pitol (Potrero, 1933 – Xalapa, 2018) como un generoso promotor y provocador de ideas; recordaremos su inmensa capacidad de reírse, de mofarse, su sentido del humor finísimo; recordaremos que fue un intelectual inclasificable, un generador de ideas imparable, una máquina de pensar y provocar situaciones límite; le recordaremos como una persona que estaba abriendo frentes continuamente y como un gran conversador, con una capacidad creativa fascinante; recordaremos, porque así lo hizo él antes que nadie en México, que todo autor puede, y debe, elegir su propia tradición literaria al margen de cualquier nacionalismo; le recordaremos en Praga, en Moscú, en Madrid, en Barcelona, en la Ciudad de México o en Xalapa; y recordaremos, sobre todo, que su obra es un maravilloso tratado de lo excéntrico, de aquello que se aparta del centro y trabaja en solitario y lleva a cabo una obra única. Ahora que ha muerto vendrán el ruido de la gloria y el aplauso, pero todo eso ya es banal. Descansa en paz, maestro.
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