La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reina, un libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página.
A continuación reproducimos la carta escrita por Soledad Puértolas, que lleva por título «Simbad y la reina».
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El viejo Simbad el Marino escribe una carta a la princesa Leonor, futura reina de España.
Estimada Señora:
Supongo yo que será por eso por lo que se han dirigido a mí, que ya vivo retirado de todo. La idea de dar consejos les ha llevado a la de la sabiduría y esta les ha conducido hasta el mar. Es decir, hasta mí. Doy por hecho que, habiendo sido educada con el mayor de los esmeros, usted, señora, habrá oído hablar de mí, de Simbad el Marino, un mito, ciertamente, que se pasea por el territorio de los héroes, los dioses, los semidioses y otros personajes salidos de cuentos y leyendas. Estoy seguro de que esta parte de la historia de los seres humanos ha sido, como las otras, convenientemente explorada por usted, bajo la mirada atenta de sus maestros.
Ya sabe quién soy, no hace falta que le hable más de mí. Solo un poco más, porque, como todos los viejos, tengo mis manías, y quiero decirle que en el fondo me ha parecido muy adecuado que se hayan dirigido a mí para darle consejos a una futura reina de España, país que no tengo el gusto de conocer, aunque todo se verá, porque no soy tan viejo que no pueda volverme a embarcar, más ahora, cuando se me ha dado la oportunidad de establecer una relación con este reino. Lo cierto es que yo, de protocolo, ceremonias y consejos, sé mucho. En mis inmumerables viajes por el mundo, se ha desplegado ante mis ojos una cantidad y diversidad de países que se salen de toda medida y calificación, y de reyes, sultanes, emires, jefes, jeques, presidentes, directores de esto y de lo otro, lo sé todo. Exagerando, claro.
Yo mismo soy un poco de todo eso. Aquí, en el reino de Bolanda, donde vivo, soy muy respetado. Un escritor gallego escribió una novela sobre mí. Por pudor, no le digo el nombre, pero seguro que sus consejeros —los que viven a su lado— saben a quién me refiero. No estaría de más que le echara una ojeada. También allí hay materia que podría serle de provecho, porque las lecciones, señora, no están siempre en los libros a ellos destinadas, sino en muchas otras cosas, en la fantasía, por ejemplo, que es, por encima de todo, mi reino.
Dicho todo esto, de su país en concreto, como comprenderá, poco puedo decirle. Me han puesto un poco al tanto de lo que sucede por allí, pero poco podría añadir a lo que usted, señora, sabe ya. Tengo la impresión de que lo que se espera de usted es que desempeñe algo así como el papel de árbitro, que sea prudente, discreta, justa, templada y ecuánime, y que esté atenta a los problemas cotidianos de los habitantes del reino, sin olvidar, desde luego, la relación del reino con los otros, los colindantes y los lejanos, y que vele por la buena imagen del suyo en los foros internacionales. Ya ve que algo conozco de la vida moderna, porque eso de los foros internacionales no existía en mi juventud. Nos contentábamos con las reuniones en la plaza del pueblo. Es bueno, también, tener conocimiento del carácter e intenciones de los enemigos, apreciar la lealtad de los amigos y respetar la distancia de los indiferentes. Con los nobles, empresarios, comerciantes y banqueros, hay que tener buenas relaciones. Es preciso prestar atención a las necesidades de los agricultores y ganaderos, y a toda la gente que trabaja en el mar, que en mi opinión merece capítulo aparte. De poetas, músicos, artistas y titiriteros podría decirle muchas cosas, pero eso lo dejo a su criterio, que en cuestión de gustos y etéreas inclinaciones no pueden ponerse reglas.
Sea usted feliz, admirada princesa. No deje que los contratiempos y las conspiraciones le amarguen la existencia. Todo reino es efímero, no lo olvide. Y, por lo demás, y volviendo a la metáfora del mar, por donde las naves vienen y van, propulsadas ahora por motores, aunque algunas aún empujadas por el viento que llena las velas, allí, en el mar, no podemos asombrarnos de nada, todo es posible en medio de las aguas, una vez que unas maderas cosidas con cuerdas flotan entre las olas. Esto parece un milagro, señora.
Me han enseñado su retrato, querida princesa. Nunca he sido mujeriego. Me mantengo soltero, aunque a veces siento nostalgia de una vida conyugal tranquila, estable, casi monótona. Estoy seguro de que, con el aspecto que tiene, va a tener muchos pretendientes. No tengo la debida experiencia en este campo y no me atrevo, por tanto, a darle consejos sobre la elección de su compañero de reino y de fatigas. Pero sí tengo corazón para desearle suerte, porque, según imagino, amar y ser amado es lo más valioso que puede tenerse en esta vida. Creo que con el amor de nuestra parte, todo sería más fácil.
Con todos mis respetos,
Simbad el Marino.
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Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).
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