La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reina, un libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página.
A continuación reproducimos la carta escrita por Luisgé Martín, que lleva por título «Bombas de relojería».
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Querida Leonor:
Hace dos o tres años se dijo de ti que eras lesbiana. ¿Con qué fundamento? Con ninguno. Creo que era la época en la que te ibas de España para estudiar en un colegio de Gales. En Europa se andaba rumoreando que la princesa Amalia de Holanda podría llegar a casarse con otra mujer, y el Gobierno de los Países Bajos, siempre muy civilizado en estas cuestiones, cambió las leyes pertinentes para que esa boda no encontrara ningún obstáculo jurídico.
También se dijo algo semejante de tu padre cuando era joven, de modo que es una costumbre chismosa ya enraizada socialmente. Quizá la promueven, por una parte, los republicanos deseosos de mostrar las contradicciones de la institución y, por otra, las personas LGTBI, muchas de las cuales sentirían júbilo teniendo un rey o una reina con una sexualidad diversa.
Pero la monarquía se fundamenta en la sucesión biológica, y eso lo complica todo. Un hombre homosexual podría tener descendencia mediante un vientre de alquiler, lo que no parece muy buena idea para la popularidad de la institución. Una reina podría usar su propio útero y sus propios óvulos, pero necesitaría la fecundación seminal de un hombre, enredando mucho la línea sucesoria. También existiría la posibilidad de entregar la descendencia a los sobrinos —es decir, a los hijos de tu hermana Sofía—, pero no estoy seguro de que eso fuera una solución sencilla.
Yo creo que ser rey o heredero, en contra de lo que muchos creen, es un embrollo tedioso e insufrible. Todos los privilegios que lleva aparejados no compensan la falta de intimidad y las obligaciones de representación derivadas del cargo.
Cuando yo descubrí que era homosexual, en la España de los años 70, se derrumbó todo mi mundo. Cuando lo descubrió Alberto de Mónaco, en cambio, se derrumbó todo su mundo —supongo— y también el del Principado de Mónaco. Hasta el punto de que, después de una juventud al parecer bastante casquivana con hombres, al morir su padre tuvo que fingir una boda y hasta admitir dos hijos secretos.
Me viene también a la cabeza la historia de Jorge de Grecia, con el que tienes lazos de sangre a través de tu abuela Sofía y sobre el que algún día me gustaría escribir una novela. Jorge era homosexual, pero se casó con la princesa Marie Bonaparte, descendiente de un hermano de Napoleón. Tuvieron dos hijos, aunque en su caso no necesitaban asegurar la línea sucesoria. Mantuvieron toda su vida una gran amistad, pero el corazón y el sexo se los dieron a otras personas. El gran amor de Jorge de Grecia fue su tío el príncipe Valdemar de Dinamarca, también con sangre azul. Enamorarse es un asunto desmoralizante. A veces sale bien, pero, incluso en esos casos, sale peor de lo que uno imaginaba en los mejores momentos. Vivimos con nosotros mismos toda la vida porque no tenemos otro remedio, pero compartir los años con otra persona está lleno siempre de bombas de relojería que poco a poco van estallando. Siendo princesa o reina eso es mucho peor. Tu novio o tu novia serán un asunto de Estado. Todo el mundo opinará, desde el Parlamento hasta los náufragos de Twitter. Y tú tendrás que tomar decisiones teniendo en consideración hechos que estarán muy alejados de las cuestiones sentimentales al uso. A mí —no te voy a engañar— también me haría ilusión tener una reina lesbiana, pero eso es un azar en el que no podemos intervenir. Quod natura non dat, Chueca non praestat. Lo que sí me atrevo a pedirte, como ciudadano del Reino de España, es que nunca te olvides de las personas LGTBI. Que las escuches y les des visibilidad desde tu voz amplificada. Las monarquías parlamentarias del siglo XXI tienen a su disposición, sobre todo, un capital simbólico, y ese capital simbólico es el que deben administrar para reinar con buen tino. Quiero terminar deseándote, sea como sea, algo de felicidad en tu vida privada. No cometas los errores que otros cometieron. Al cabo, los reyes también tienen solo una vida y no deberían malgastarla inútilmente. Afectuosamente, Luisgé Martín
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Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).
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