La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reina, un libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página.
A continuación reproducimos la carta escrita por Manuel Aragón Reyes, que lleva por título «Carta a nuestra futura reina».
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Señora:
Por ello, en mi condición de leal servidor de nuestra monarquía parlamentaria me atrevo a dirigiros esta carta que no tiene otro objeto que expresaros algunas convicciones acerca de la importante función que, como futura reina de España, estáis llamada a desempeñar. Mi único título para ello es la larga dedicación que he prestado, durante los últimos cuarenta y cinco años de mi vida profesional, al estudio de la monarquía parlamentaria. Cuando me encuentro ya «en la última vuelta del camino» he ido abandonado algunas ideas, pero reafirmando otras, pues, como se ha dicho en frase memorable, «en la vejez no sólo perdemos cosas, también hacemos limpieza».
Esa decantación me ha conducido a entender, cada vez con mayor claridad, que la monarquía parlamentaria es en España la mejor solución institucional para garantizar la convivencia ciudadana en paz y libertad. En tal sentido, debemos felicitarnos porque tanto la Transición política como la Constitución así lo hubieran reconocido y formulado. La monarquía parlamentaria no es sólo el único modo de hacer compatibles el principio monárquico y el principio democrático, sino también, como la experiencia de los últimos cuarenta y cinco años ha demostrado, el mejor modo de asegurar la permanencia de la Constitución y de la nación española.
Una permanencia que, venturosamente, se proyecta hacia el futuro en la persona de Vuestra Alteza, lo que supone, sin duda, una esperanza para que España pueda seguir haciendo frente con éxito a los desafíos que, en este mundo tan cambiante, se nos irán presentando, inevitablemente, en tiempos venideros. Hoy tenemos confianza en que el rey podrá ayudarnos a resolver los problemas que afectan a la sociedad española. En el futuro, cuando seáis reina, nuestro país deberá seguir teniendo esa misma esperanza, pues aunque se hayan producido entonces, como es previsible, profundas trasformaciones en muchos campos de la realidad, se mantendrá la función esencial de nuestra monarquía parlamentaria: ser una institución destinada a promover la concordia y limar enfrentamientos, a procurar la unidad frente a la división, a mantener los valores de democracia y justicia que hace ya cuarenta y cinco años rigen nuestra convivencia.
La monarquía no es sólo una institución personal, sino también familiar. Por ello, la Corona no descansa sólo en el rey, que es su actual titular, sino también en la Familia Real y, muy especialmente, en Vuestra Alteza como heredera de aquella institución. En tal sentido, la ejemplaridad del rey y de su Familia es un elemento sustancial para el éxito de cualquier monarquía parlamentaria, pues la Corona, que obtiene su legitimidad de origen por designio de la Constitución y por la regularidad del orden sucesorio, necesita también mantener su legitimidad de ejercicio por el aprecio ciudadano que concite y el reconocimiento social de la utilidad de las funciones que desempeña. Sin esa legitimidad de ejercicio, que ha de ganarse cada día, no puede subsistir la monarquía en democracia.
Ahí reside, creo, la regla de oro de la monarquía parlamentaria.
Una regla que, por fortuna, se cumple hoy en España, puesto que don Felipe VI, vuestro padre, está probando, sobradamente, con su conducta personal e institucional, aquello que prometió en el acto de su acceso al trono, hace ya casi diez años. Aquel día, el 19 de junio de 2014, pronunció ante las Cortes un discurso que contiene una auténtica lección de lo que significa ser el rey en una monarquía parlamentaria, un rey que siempre ha de atenerse a las funciones que la Constitución le encomienda, pero que siempre, también, ha de tener la sensibilidad suficiente para servir de cauce a las justas pretensiones que, en cada momento, la sociedad demande. Él sería, y así lo dijo, «un rey constitucional», que encarnaría «una monarquía renovada para un tiempo nuevo».
Ese gran discurso es una magnífica guía a la que podréis acudir cuando, en el futuro, seáis nuestra reina. Aunque también, sin duda, os está sirviendo ahora, ya que los españoles hemos podido comprobar que Vuestra Alteza ha venido mostrando, de manera clara y firme, a través de su conducta personal e institucional, el compromiso de continuidad en todo aquello que el rey, en ese discurso, expresó.
A partir del juramento ante las Cortes habéis iniciado vuestras funciones de princesa heredera, unas funciones que no están concretadas en la Constitución, pero que se desprenden del significado institucional que cabe otorgar a la ceremonia del juramento. Érais princesa heredera, princesa de Asturias, de Gerona y Viana, desde vuestro nacimiento, pero ahora esa condición personal ha adquirido un carácter jurídico-público de especial relevancia, en cuanto que ya podréis ejercer las funciones representativas que el rey tenga a bien asignaros.
Aunque la responsabilidad que habéis adquirido estará centrada hoy, de manera más inmediata, en consolidar vuestra formación como futura reina, en ganaros la confianza de los ciudadanos demostrando vuestra sensibilidad por las cuestiones que les preocupan: los problemas de la infancia, de la juventud, de los ancianos, de los desvalidos, de la desigualdad entre mujeres y hombres y entre débiles y poderosos. El fomento de las artes, de la ciencia y la cultura, el apoyo a la innovación y al progreso económico y social, a la concordia ciudadana, a la integración de la pluralidad social, política y territorial, e incluso la ayuda a potenciar la imagen internacional de España, son cometidos que Vuestra Alteza podrá cumplir y que, por las cualidades personales que os adornan, estoy seguro de que así será.
Ese es el camino que, marcado por el cuidado y el ejemplo recibidos de vuestros padres, el rey y la reina, veníais siguiendo desde la infancia, pero que ahora, con mayor dedicación, habréis de continuar. Y cuando en un futuro que deseo lejano, pues ojalá la vida del rey la guarde Dios por muchos años, os convirtáis en reina de España, lo que deseo es que sigáis los pasos de vuestro padre, que, con prudencia y sabiduría, está ejerciendo de modo ejemplar su cometido de Monarca parlamentario. Un oficio delicado, pero fundamental para conservar de la mejor manera nuestra España constitucional.
Para el correcto cumplimiento de ese oficio que en el futuro habréis de desempeñar, permitidme que os recuerde algunas de las reglas básicas que lo caracterizan: que en la monarquía parlamentaria el rey no tiene potestas, pero sí auctoritas, que ha de mantenerse al margen de las contiendas políticas para preservar su neutralidad, que su función ha de estar siempre al servicio de los intereses generales, que su principal objetivo es procurar la conciliación social y el bienestar de los ciudadanos, ayudar a la integración del pluralismo social, político, cultural y territorial, ser ese engarce necesario entre el pasado, el presente y el futuro que dota de permanencia y unidad no sólo al Estado, sino también a la nación española.
Sin embargo, en la monarquía parlamentaria, la neutralidad política del Monarca no lo convierte en un rey «neutralizado», pues si así fuera no podría cumplir la función de «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones» como la Constitución, en su art. 56, le encomienda. Ello no le confiere un «poder» efectivo de «impedir», pero sí una «capacidad» efectiva de «advertir». Como bien dijo un gran tratadista de la monarquía británica, el rey parlamentario, que no posee poderes propios, que sus actos son siempre «actos debidos», necesitados, además, de refrendo, sí tiene, no obstante, unos «derechos propios» que siempre ha de ejercer: los de «advertir, animar y ser consultado en los asuntos públicos».
Usados esos derechos con prudencia, pero también con firmeza cuando las circunstancias lo exijan, su actuación puede ser decisiva como, de hecho, así lo ha sido en nuestra historia más reciente. Frente a los que, por ignorancia de lo que la monarquía parlamentaria significa, piensan que el rey es una figura pública irrelevante, o un «mero adorno constitucional», la realidad nos confirma que ello no es así, que el rey es una figura esencial por el gran valor que representa para el correcto funcionamiento del entramado institucional y la pacífica convivencia ciudadana. No en vano son los países con monarquía parlamentaria los que, según todos los índices, disfrutan de un mayor grado de libertad, igualdad y bienestar.
Un último consejo me permito daros, para cuando seáis reina: que os guardéis de aquellos que, presumiendo de amigos de la monarquía, puedan ser, sin pretenderlo quizás, sus peores enemigos, pidiendo al Monarca parlamentario lo que éste no puede dar, animándole a que ejerza un poder activo de rechazar actos o disposiciones adoptadas por los órganos públicos competentes, algo que, de ninguna manera, la Constitución (la nuestra y la de cualquier otra monarquía parlamentaria) le atribuye. Si cediera a esa tentación, no sólo incumpliría la Constitución, sino que adquiriría una responsabilidad que desembocaría muy probablemente en la desaparición de la propia monarquía.
En España, el rey (y en el futuro, la reina) lo es porque la Constitución así lo reconoce, respetando fielmente la Constitución la monarquía se mantiene, más aún, gracias a ese acreditado respeto, la capacidad regia de consejo y advertencia, ejercida de ordinario e incluso en momentos críticos, puede gozar de eficacia. Estoy seguro de que, el día de mañana, siguiendo los pasos de vuestro padre, también seréis una ejemplar reina constitucional, porque nunca olvidaréis que, en la monarquía parlamentaria, Constitución y Corona siempre han de estar unidas.
La Constitución es el firme asidero, al mismo tiempo, de nuestra democracia y de nuestra monarquía. Así lo habéis reconocido no sólo en el acto de vuestro juramento ante las Cortes, sino también en el exacto discurso que, a continuación, pronunciásteis en el Palacio Real; y así lo ha expresado en muchas ocasiones vuestro padre el rey, la última en su reciente mensaje navideño de manera concisa y admirable: «Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles, no hay libertad, sino imposición, no hay ley, sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad».
Con el deseo de que, en el futuro, seáis reina de esa España en paz y libertad os transmito mis sentimientos de lealtad y de sincero y respetuoso afecto.
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Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).
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VV.AA. Título: Cartas a una reina. Editorial: Zenda.
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