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Lo que viene hemos de ejecutarlo nosotros, de José Manuel Sánchez Ron

Lo que viene hemos de ejecutarlo nosotros, de José Manuel Sánchez Ron

La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reinaun libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página. 

A continuación reproducimos la carta escrita por José Manuel Sánchez Ronque lleva por título «Lo que viene hemos de ejecutarlo nosotros».

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Apreciada princesa Leonor,

Le escribe una persona con más pasado que futuro, que ha dedicado una buena parte de su vida a la ciencia, primero a la investigación como físico teórico, y luego, durante mucho más tiempo, como historiador de la ciencia. Y si hay algo que me ha enseñado el ya largo camino que he recorrido es que en absoluto se puede entender la historia de la humanidad sin tomar en cuenta a la ciencia y a su aliada, la tecnología. Esta influencia se hizo más patente, más invasiva, a partir del siglo XX, y está creciendo de manera cada vez más rápida en lo que llevamos del siglo XXI. Usted, una persona que pertenece a los denominados «nativos digitales», lo sabe perfectamente. Seguramente también habrá advertido que las tecnologías digitales —deudoras de la invención del transistor, un «hijo» de la física cuántica— han creado, y a la vez impuesto, modos de comportamiento social, de comportamiento al igual que de información y opinión, que pese a que con frecuencia no sean fruto de las reflexiones adecuadas, han abierto nuevos escenarios sociales y políticos.

Por otra parte, y como bien anunció hace años el sociólogo y politólogo italiano Giovanni Sartori, en las sociedades más desarrolladas —y la española es una de ellas— el «espíritu del tiempo» hace más hincapié en «los derechos» que en «los deberes», cuando lo justo a nivel colectivo es buscar un equilibrio entre ambos. Tenemos derechos, y debemos luchar por ellos, pero tenemos también deberes «para con los otros».

"Adaptarse a las consecuencias del cambio climático, a las profundas repercusiones sociales que acarrearán, entre ellas tal vez extensas migraciones, requerirá de grandes esfuerzos científico-tecnológicos, y de mucha, mucha solidaridad social"

En este mundo está usted formándose, y reinará, espero, en un mundo en el que la influencia de la tecnociencia será aún más acusada. Y digo «espero» porque aunque he albergado durante mucho tiempo reparos intelectuales a la institución de la monarquía —todavía no me he librado completamente de ellos—, he llegado a valorar la monarquía constitucional, desde luego en el caso de nuestro país, como necesaria frente a la posible alternativa de una república. Supongo que no soy el único que siente en lo más profundo semejante ambigüedad, y que se ha escorado hacia lo que usted representa, en parte, por el ejemplo de moderación, discreción y buen sentido que está manifestando desde el inicio de su reinado su padre, el rey Felipe VI. Si tuviera que darle un único consejo, sería el de que lo tome como modelo cuando reine. Algo que, desde luego, no será una tarea fácil en el convulso mundo que está alumbrando esta centuria.

Aventurar cómo será el futuro es tarea tan incierta como arriesgada. En un discurso que pronunció el 2 de julio de 1894 el físico Albert Abraham Michelson —el primer estadounidense en recibir, en 1907, el Premio Nobel de Física— afirmó con rotundidad: «Parece probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios. Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales». Pero un año después, el físico alemán Wilhelm Röntgen descubría los rayos X, y al año siguiente el francés Henri Becquerel la radiactividad, fenómenos ambos que nadie sabía cómo encajar en el aparentemente tan firme, sólido y cerrado edificio de la física conocida, la de la dinámica de Newton y el electromagnetismo de Maxwell.

"Y ahora, la gran pregunta: ¿qué puede hacer una monarca constitucional en ese nuevo mundo que, irresistible, está traspasando las puertas del actual?"

Naturalmente no sé si la ciencia del futuro, de «su futuro» será tan revolucionaria como lo fue la del siglo XX, la de la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica, la expansión del Universo, la doble hélice del ADN, la tectónica de placas, la genómica, y la digitalización, pero no es preciso que la ciencia «básica» produzca cambios tan radicales para que el mundo en el que reinará se transforme completamente. Y no creo equivocarme si le digo que esos cambios, que tanto alterarán casi todo, procederán especialmente del desarrollo de las posibilidades que ya están alumbrando campos como la Inteligencia Artificial, en solitario o aliada con la Robótica, las ciencias y tecnología médicas y genéticas y la exploración espacial (¿colonias en Marte?: pienso que inicialmente esas colonias serán de robots inteligentes que preparen el camino para asentamientos humanos; ¿minería espacial en, primero, la Luna?…). Desarrollos que incidirán en la ciudadanía en formas que aún no podemos imaginar, pero que muy posiblemente obliguen a nuevas formas «de vivir».

No quiero olvidar, pues estoy firmemente convencido de su realidad, el cambio climático, en mi opinión ya casi imparable —hemos traspasado, parece, la frontera que hubiera permitido detenerlo—. Adaptarse a sus consecuencias, a las profundas repercusiones sociales que acarrearán, entre ellas tal vez extensas migraciones, requerirá de grandes esfuerzos científico-tecnológicos, y de mucha, mucha solidaridad social. Y me traicionaría a mí mismo si no le mencionara la creciente pérdida de biodiversidad. «Asesinos del futuro» lo denominé alguna vez. Asesinos de su futuro, señora, y el de todos aquellos que lo compartirán con usted. Y de los que vendrán después.

Y ahora, la gran pregunta: ¿qué puede hacer una monarca constitucional en ese nuevo mundo que, irresistible, está traspasando las puertas del actual? Mi respuesta es pobre, lo sé, porque no son demasiadas las posibilidades de acción que nuestra Constitución le permite —y yo no lo lamento, pues creo que es en el pueblo donde debe residir el poder de elegir… aunque no confíe demasiado, ¡ay!, en algunos de los representantes a quien este elige—. Pero sí creo en el valor del ejemplo, de una ejemplaridad ilustrada, acompañada de palabras, de manifestaciones, de presencias, que hagan hincapié en valores que nunca deberían olvidarse: solidaridad, justicia, racionalidad, respeto al medio ambiente, y también compasión. Y su voz, por mucho que pueda estar coartada, será escuchada, no lo dude.

"No lo veré, por edad, pero le deseo de todo corazón un feliz y próspero reinado. Por su bien, y sobre todo por el de nuestro amado país, España. Lo merece, lo merecemos"

He pintado hasta aquí un mundo un tanto sombrío, pero no quiero dejarlo ahí. A mis alumnos de la Universidad Autónoma de Madrid, la misma en la que estudió su padre, a veces, en mis últimos años de docencia —ahora soy emérito— les decía que no les envidiaba porque fueran más jóvenes y tuvieran más, mucho más futuro —yo he tenido ambas cosas—, sino por todo lo que verán, por todo lo que conocerán. Se produzcan o no grandes revoluciones científicas, estoy convencido de que el futuro deparará importantes novedades: ¿detectaremos vida en otros planetas de nuestra galaxia?, incluso, tal vez, aunque lo dudo, ¿algún tipo de vida «inteligente», del tipo de la humana?; ¿comprenderemos por fin el cerebro humano, ese órgano que tiene conciencia de sí mismo y que es capaz de esa maravilla que es el pensamiento simbólico?; ¿averiguaremos qué pasa en el centro de los sorprendentes agujeros negros?; o ¿qué son la energía y materia oscura, que abarcan la mayor parte de eso que llamamos universo?

En The Tempest (1611), William Shakespeare puso en boca de uno de sus personajes la siguiente manifestación: «Lo pasado es prólogo y lo que viene hemos de ejecutarlo nosotros» («Whereof what’s past is prologue, what to come/ In yours and my discharge»). Es una buena frase, que no debería olvidar, princesa Leonor, porque usted debe encontrar y seguir su propio camino en su escenario, en su mundo.

No lo veré, por edad, pero le deseo de todo corazón un feliz y próspero reinado. Por su bien, y sobre todo por el de nuestro amado país, España. Lo merece, lo merecemos.

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Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).

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