La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reina, un libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página.
A continuación reproducimos la carta escrita por Espido Freire, que lleva por título «Mire al pasado».
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Alteza Real,
Todas las cartas a los jóvenes, en realidad, están destinadas al adulto que serán cuando ya no sean tan jóvenes y por lo tanto cuando puedan comprender aquello que los mayores ya sabemos y que negábamos, o no veíamos, o ni siquiera entraba en nuestra imaginación cuando contábamos con varios años menos. Casi siempre consisten en un ejercicio sin sentido, en el gesto de buena voluntad de alertar con tiempo y que nadie nos pueda acusar de que callamos cuando sabíamos y contemplábamos los errores ajenos en silencio, como cómplices de la falta de edad o de la precipitación de la inexperiencia.
Estas cartas, estos consejos, son nuestra coartada cuando la vida se impone y cuando recordamos qué fue lo acertado de lo que dijimos, mientras que nos callamos aquello que no se cumplió, que cambió de manera inexorable o que resultaba imprevisible. Aquí, por lo tanto, va la mía.
Os dirán, Señora, que el mundo está cambiando rápidamente, y que resulta imprescindible que se cultive la f lexibilidad y la astucia, que es su deber que comprenda las diversas y delicadas realidades de este país y de las ansias de quienes aquí viven. Y llevarán razón, pero nada en eso se aprende si miramos constantemente al futuro, obsesionados por algo proteico y escurridizo que nunca está donde imaginamos que apareciera.
Yo le digo que mire al pasado: no al pasado glorioso, nostálgico, parcial y trazado por ignorantes que voces interesadas defienden, sino al que nos enseña que el ser humano se esculpió casi con el mismo barro y con las mismas virtudes y con parecidos defectos ahora que hace siglos. Estudie la historia con el mismo ojo crítico que otros dedicarán a su apariencia, enamórese de nuestro arte, tan delator, y de nuestra literatura, tan descriptiva, con la pasión con la que otros querrán hurgar en su vida privada o en sus emociones. De algo ha de servirnos la ausencia de la fantasía, el amor por lo costumbrista, por el análisis despiadado que esta tierra ha mostrado siempre, y que nos hace débiles en ficción pura pero nos ha dado a cambio el Quijote, o Tiempo de silencio, o el lazarillo.
Para jóvenes como usted se escribieron, en tiempos, los Espejos de príncipes, por lo general dedicados a los varones, aunque no se descartara que las mujeres debieron, en un momento dado, conocer bien sus obligaciones en caso de regencia, si las circunstancias las llevaban a ser gobernadoras o su destino a mantenerse fieles a los designios de su patria de origen. Sea como fuere, El conde Lucanor hablaba ya de la necesidad de distinguir el buen consejo del mal amigo, de que la adulación no emponzoñara los oídos, del punto medio entre que no nos consideraran débiles y que la dureza no congelara la misericordia ni la generosidad. Ecos lejanos, dirán algunos. Yo no lo creo.
Afine usted su criterio, Señora, esmérese en conseguir dos grandes habilidades que la salvarán cuando todo parezca perdido. Juzgue bien a quien tiene delante, conozca con rapidez al falso y a aquel del que se puede fiar. Y en segundo lugar, nunca permita que la alejen de la realidad, de las realidades, de aquello que no atisbará, como no lo hacemos ninguno, cada cual en nuestro puesto, si no nos muestran otra. Todos los grandes líderes, las emperatrices y los reyes que han caído cometieron uno de esos errores, que lleva al otro.
Nos esperan tiempos fascinantes, doña Leonor: cambios en la realidad y en lo creado, Inteligencia Artificial, desafíos territoriales, transformaciones del tejido laboral y de qué y cómo se produce, relaciones internacionales cambiantes, manipulación, desarrollo, esperanza y crisis. Oscilaciones de la confianza en la autoridad, migraciones, sustitución de identidad y martilleo ideológico por medios y redes, seres infames que ostentan el poder y muchos otros que hacen lo que pueden, lo que creen o lo que deben. Todo es nuevo, pero nada lo es, salvo en su forma más superficial y engañosa. No seré demasiado prolija, no creo que una descripción más detallada sirva para que el mensaje llegue más claro. Por cada sendero futuro hubo un camino abierto en el pasado. Por cada solución que deba adoptarse hubo alguien antes que tomó una similar y se equivocó o acertó.
Los jóvenes creen que el mundo surge con ellos, que no hubo nada antes y que el futuro se abre únicamente para ellos: todo es nuevo, un paisaje virgen que se modifica ante su paso. No cometa ese error, que ya demasiados caen en él. Observe y analice, compare y recuerde. De lo contrario, lo harán por usted quienes ya se encuentran en el secreto, quienes buscan quién sabe qué por razones casi nunca impecables. No sea usted juguete de nadie, no se preste a juegos con normas ya trazadas, atesore valor y confianza. Se espera mucho de usted: pero no todos esperamos lo mismo.
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Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).
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Lleva usted razón, sra. Freire, en la necesidad de mirar al pasado, estudiarlo, comprenderlo y sacar conclusiones. Pero también es necesario mirar al presente, a las primas influencer y de vida fácil, a los primos broncas y a todos los que, estando en la línea sucesoria, no son dignos de ocuparla. Porque el problema de las dinastías es ese, que no son de una única persona sino de una lista sucesoria que la ocupan sujetos y sujetas de la más diversa índole que incluso han sido procesados.
Pero bueno, algo bueno, o mucho, tienen que tener las dinastías reinantes para que el moderno Leviatán con coleta esté en contra de ellas junto con toda la caterva de descerebradas detrás. Desde que aparecieron estos personajillos, yo me considero monárquico.
Pero, independientemente de todo esto, soy de los que piensan que el destino de los pueblos está en ellos mismos, en sus gentes, y no en personajes supuestamente providenciales. No pongamos las esperanzas de futuro, examinando el pasado, en ningún ser predestinado, pongámoslas en nosotros mismos.